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No acallo tu llanto, no acallo el mío


Cuando un niño pequeño llora el adulto quiere acallarlo instintivamente.

¿Sabés por qué?

Desde las neurociencias se cree que se debe a que en la corteza cerebral contamos con una información ancestral: en los tiempos primitivos, si un bebé lloraba delataba la ubicación del clan a los posibles depredadores, por ejemplo, los lobos. Ahora bien, la buena noticia es que no tenemos lobos depredadores a la redonda, en cambio, sí tenemos un ser humano que pertenece a una cultura y que precisa imperiosamente apropiarse de ella para devenir plenamente en toda su dimensión y potencial humano.

En este contexto es crucial para un desarrollo sano de las personas validar la expresión de las emociones "negativas" en la primera infancia, avalar los sentimientos del niño que llora y dar espacio y tiempo para que el movimiento de conflicto que atraviesa el pequeño sea completado y se pueda regresar así a la auténtica calma.

Pero hay otra razón por la cual queremos acallar a los niños que lloran. Y se trata de nuestra dificultad para procesar las propias emociones. A nadie le gusta escuchar a su amado hijito llorar.

Nos angustia, nos inquieta, nos entristece.

Pero somos los adultos los que debemos hacernos cargo de nuestras emociones ocultas (probalbmente porque de pequeños no nos acompañaron a expresarlas, comprenderas e integrarlas en nuestra conciencia).

Somos los adultos los que debemos asentir a nuestros sentimientos incómodos y desde la madurez de la vida ofrecer al niño la estructura de tiempo/espacio que brinda un sosten respetuoso para que pueda, desde el inicio de la vida, llorar hasta agotar su emoción y así, vacío y libre, pueda volver a mirarse a sí mismo y al mundo como un lugar seguro donde desplegar su futuro.

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