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Soy la fuente de tu enojo y de tu consuelo


Cuando los hijos se encuentran ante un límite ofrecido con respeto tienen la libertad de expresar su frustración, su disgusto. Porque conocemos las consecuencias no los dejamos cruzar solos la calle (tirar el frasco de vidrio al piso, salir sin abrigo en días de frío o quedarse en la plaza jugando hasta medianoche). Pero entendemos que en su pequeño ser esto pueda causar enojo y que necesiten expresarlo con los recursos que tienen a disposición: tirándose al piso, pataleando, gritando (si es en un lugar público hacen todo esto junto y les resulta ideal).

Ahora bien, podemos querer apelar a la lógica y explicarles los motivos, darles argumentos y querer convencerlos de que sean razonables. Ahí está el error. ¡Los chicos pequeños no son razonables en el sentido que el adulto espera, porque no tienen por qué serlo! Desde el punto de vista de la neurociencia el desarrollo de los lóbulos frontales que permiten a una persona escuchar una pauta o norma y que le resulte suficiente para aceptarla se da recién después de los 20 años... si es que se dieron las circunstancias adecuadas. Hace falta transitar la infancia y adolescencia en un ambiente respetuoso, rico en nutrientes, vínculos y estímulos de parte del entorno para lograr este desarrollo completo.

Entonces, una está ahí, en el medio del shopping y el peque se encajetó en que va a apuntar para el parque de juegos cuando toda la familia estaba encarando para la salida. Y se abraza a las columnas, grita, si puede patea y muerde y de vez en cuando pispea por el rabillo del ojo para supervisar si le está funcionando la técnica. Mientras más observados nos sentimos los adultos por el entorno, más rápidamente perdemos recursos para retomar esta situación de manera adecuada. Y ahí entra el recuerdo de los consejos de la madre, la suegra, la vecina, la tía y el verdulero que dan conejos que nadie pidió del estilo de "te tomó el tiempo" (que es como decirte "no sabés ser buena madre) hasta a veces las palabras de la estimuladora temprana y el pediatra que dicen: "tenés que ser firme, si le dijiste que no puede hacer algo y se enoja después no lo consueles porque le das un doble mensaje".

Pero hay otra manera de hacer las cosas y es con sentido común, que es la mejor conexión que existe entre la mente y el corazón. De ahí, del sentido común, nace el respeto. Entonces una puede observar unos instantes a ese pequeño niño amado expresando su frustración. Internamente primero y luego en palabras, tenemos la dorada oportunidad de validar su emoción, de explicarle con respeto lo que le pasa, sin juzgarlo, sin manipulación. Con una cercanía suficiente que nos permita conectar con su corazón pero esquivar un eventual revoleo de patadas, nos acuclillamos y esperamos. Desde el corazón, con autenticidad, lentamente, comenzamos a hablar: Hijo, querés ir al parque de juegos y te dijimos que no podías... Te tiraste al piso, estás gritando... Nos vamos a ir a casa y eso te enoja... Te puedo entender, es difícil cuando no podemos hacer todo lo que queremos... Después de cierta práctica sale cada vez mejor este tipo de respuesta y los chicos responden de manera inmediata, impresionantemente inmediata. ¿Por qué? ¡Porque entramos en la lógica de su emoción que es como los chicos piensan y establecimos una comunicación auténtica!

Les garantizo que no es necesario llevarse el chico a la rastra, sintiéndose mala madre y humillada ante la mirada de todos; ni tampoco ir conediéndole al pequeño un deseo tras otro, que de seguro serán cada vez más exasperantes e insaciables. Porque lo que el chico necesita experimentar es la confianza en un adulto que mediante el límite le brinda el imprescindible sostén para desarrollarse sanamente, no un hada madrina que le conceda todos los deseos. Eso dejémoslo para los cuentos de hadas.

Entonces, en medio de esa situación semi o totalmente caótica llega un momento en que el peque levanta la vista llorando aun a mares. Busca la conexión a través de la mirada. En ese momento sagrado, en vez de humillarlo diciéndole la vergüenza que debería sentir por portarse así, simplemente le extendemos un poco los brazos: "¿Necesitás consuelo?". ¿Acaso existe aquí un doble mensaje?? ¡No! El límite es un mensaje de amor. El consuelo es un mensaje de amor. Cuando el sentido común de la madre prima, ella entiende que su hijo está atravesando una situación angustiante, una experiencia de frustración que ella misma provocó al ponerle un límite. Comprende que es difícil atravesar este tipo de vivencias y se ofrece con naturalidad para brindarle cobijo una vez que el niño esté listo y solo si lo necesita. Es muy probable que el pequeños de un salto a nuestros brazos por pocos instantes, se aleje unos centímetros para vernos a la cara y nos pregunte: "¿Puedo hacer que se abra la puera automática de la salida del shopping?". La respuesta, es obviamente: "¡Sí!" (a los chicos los reconecta con su eje que les ofrecamos opciones y sentir que hay algo que sí pueden elegir por sí mismos dentro del límite pautado. Si no pudo ser lo del parque de diversiones, que sea activar la puerta de salida, abrir el auto, subirse solo a su butaca o cualquier otra cosa que reafirme su autonomía completando el círculo de todo lo vivido).

Yo llevo varios años aprendiendo a ofrecer límites con respeto a mis propios hijos, a veces me sale mejor que otras. Pero cada vez que lo logro la satisfacción que siento es inmensa. Ayer, sin ir más lejos, ofrecí a nuestro hijo menor un límite porque no estaba pudiendo jugar de manera adecuada con sus hermanos y necesitó descargar su frustración llorando a viva voz. Esperé un poco y al ofrecerle consuelo aceptó de buen grado. Sentado a upa lloraba sobre mi hombro e intermitentemente levantaba la cabeza para decirme "sos mala, sos mala". "Me estás diciendo mala, estás enojado", le explicaba, "te escucho". Esta pequeña escena se repitió unas cuantas veces y parecía que duraría un buen rato. De prono paró de llorar y se tiró un poco más para atrás para poder mirarme a la cara bien en foco. En un tono de lo más cordial y con toda tranquilidad me dijo:

- No sé si esto está funcionando. Necesito consuelo tuyo pero estoy enojado con vos. Creo que ya está bien.

Acto seguido, se autoreconfortó con sus propias palabras y volvió a jugar tranquilo con sus hermanos.

*(Lo de la estimuladora y el pediatra lo digo porque son hechos reales que me transmiten las mamás al narrar sus experiencias. De ninguna manera quiero indicar que todos tienen ese enfoque, sino que es un ejemplo verídico de cómo a veces los especialistas de ciertas áreas avanzan sobre la lógica interna de las madres mermando su sentido común y su soberanía para la crianza).

Si te interesa compartir más sobre este enfoque de Crianza con Respeto podés leer el libro "Hacia otro nivel de cuidado", escrito por mi mentora Janet Lanbury

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