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Puta no se dice y otros vicios de la crianza


Darío es un bebé de 15 meses que disfruta muchísimo de mover su cuerpo, de explorar todas sus posibilidades y de experimentar la causa y consecuencia de las cosas que observa, como lo hacen la mayoría de los bebés a su edad. Dice pocas palabras, tal vez dos o tres: agua, papá, papi... hasta que el otro día añadió una más (... un paréntesis: sí chicas: dice papá y papi, pero de mamá nada che... estos peques descarados!). Volviendo al tema: Darío estaba sentado con la postura de un yogui, piernas en posición de indio, espalda completamente erguida y relajada, todo su cuerpo distendido salvo el brazo y la mano con la que sostenía el martillo para percutir una torre de madera con pelotas encastrables y la musculatura de la cara para enunciar gozosamente a cada golpe: PUTA, PUTA, PUTA.

Podía percibir mi propia sorpresa e imaginar la de todas las mamás que presenciaban la escena en el grupo de juego. Con deleite interno, observé la nube de tromenta que pasaba por mi cabeza instigándome incisivamente a hablar: "eso no se dice" me susurraba la nube, advirtiéndome de las graves consecuencias de no intervenir a tiempo y corregir de entrada al pequeño bocasucia para una feliz entrada en la socialización y las normas de los buenos modales y la moral. Miré la nube sabiendo que me encontraba con una vieja conocida y pensé: ah mirá, qué interesante esta nube que pasa... la voy a observar detenidamente hasta que se disuelva. Y así entretuve a mi mente, a mis condicionantes pasados, a las influencias personales, familiares, profesionales y sociales que tantas veces quieren tomar el mando de lo que digo y hago durante mi trabajo con bebés. Solo cedí a un instinto tranquilizador: me acerqué a las mamás y les dije: está ensayando las consonantes P y T... el hecho de que no diga aun muchas palabras no signifca que no esté sumamente activo en la exploración de las sonoridades del lenguaje y es valioso poder apreciar el proceso en vez de esperar solo el resultado final de la adquisición completa del habla formal.

Darío, en feliz ignorancia de mi duelo interno y de mis esfuerzos por intercambiar con las madres una pespectiva piklereana del desarrollo, martillaba y repetía PU-TA con admirable coordinación y ritmo. Los bebés realmente tienen swing.

Al ratito se paró y fue a jugar a otros sectores, subió y bajó de la rampa, la tarima y la torre; se sentó a la mesa a merendar; pidió que le bajaran la casita de teatro de play-mobil y tocó el tambor, hizo sonar el palo de lluvia y la pandereta, todo en estricto silencio.

Hacia el final del encuentro, agarró la canasta de pelotas tejidas, eligió una, la sostuvo con las dos manos llevándola hacia el hombro izquierdo, giró todo el cuerpo hacia ese mismo lado como si fuera un fideo tirabuzón o mejor aun un gran golfista y se desenroscó lanzándola mientras enunciaba satisfecho: Puuu-Taaa.

¡Ah!! ¡Volvió a brillar el sol en mi conciencia!! ¡ESO estaba diciendo: P(elo)TA! ¡Si es lo más lógico del mundo!!

Ahora me pregunto yo: ¿cuántas otras nenas y otros nenes habrán dicho Pu-Ta en todo su derecho de enunciar PELOTA como mejor les sale con los recursos que tienen y se ligaron un reto? ¡Y cuántas otras cosas harán con gran esfuerzo, intencionalidad y anhelo por crecer, aprender y desarrollarse plenamente como seres humanos que terminan siendo malinterpretadas? Palabras y acciones desviadas y hasta aplastadas por las proyecciones del adulto que, sin autocontol alguno, interviene inmediatamente colmado de buenas intenciones: "Noooo, Darío! Eso no se dice".

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