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De la distracción al aprendizaje mediante los límites con respeto


La educadora inglesa Lorraine Burrows vive en Tailandia desde hace más de 30 años, donde su marido trabajaba para una ONG que brinda asistencia a refugiados. En cierta ocasión se encontraba en un hospital cuando una madre con una pequeña niñita que estaba aburrida de esperar y no estaba haciéndole caso a su mamá. La mujer, al ver una extranjera, le dijo a su hija:

– Si no te portás bien, esa extranjera que viene ahí te va a comer.

Burrows, que hablaba tailandés a la perfección, se sintió indignada y dirigiéndose a la nena dijo:

– ¡De ninguna manera! Yo no como niños, los educo. Y mirando a la madre agregó: Además señora, para su información, ¡soy vegetariana!

Bien podemos imaginar la sorpresa que se llevó la señora ante la reacción que generó su “medida disciplinaria” para tranquilizar a su hija. El hecho es que muchas veces nos resulta cómodo poner la figura de autoridad fuera nuestro, para que los chicos no se encaprichen con nosotros, ni nos pongan a prueba queriendo testear hasta donde somos capaces de sostener lo que decimos que se puede o que no se puede hacer. También muchas veces nos resulta cómodo distraer la atención del niño. Por ejemplo, si un niño estaba pintando el sillón con marcador indeleble y le decimos con una sonrisa que camufla un ataque de histeria: “¡ay queridito, ¿qué te parece si me dibujás en este papel una cara muy divertida??” . El ejemplo es exagerado, pero deja claro el punto de algo que tendemos a hacer a menudo: evitar la confrontación directa con nuestros hijos y sus posibles reacciones negativas. Preferimos “derivar” esta responsabilidad ya sea con amenazas infundadas o distrayéndolos con otra cosa. Sin embargo, esta comodidad es un arma de doble filo.

¿Por qué? La educadora especialzada en primera infancia Janet Lansbury ofrece las siguientes respuestas:

  • nos ponemos una sonrisa en la cara cuando en verdad estamos molestos y esta disociación se percibe claramente por el niño. Esto no quiere decir que debamos reaccionar con enojo. Al contrario. Podemos mantenernos en calma, dar una corrección sencilla y clara y ofrecer una alternativa.

  • Desaprovechamos una oportunidad de que nuestros hijos aprendan de los conflictos. Los niños necesitan practicar estar en desacuerdo de manera segura tanto con nosotros como con sus pares. Por lo general el foco del niño está puesto en la relación con nosotros y no en el juguete por el que lloran o la acción que estaban haciendo y que fue negada.

  • Desaparece la guía del adulto para con el niño. ¿Qué aprende un pequeño cuando se lo “distrae” de lo que estaba haciendo en vez de que se le explique lo que se puede hacer y lo que no? La redirección de su atención los quita de la situación de aprendizaje en vez de ayudarlos a que se beneficien de ella.

  • Subestima y desalienta la capacidad de atención y la conciencia de sí. El distraer a un niño o amenazarlo con un personaje “de terror” hace que el niño deje suspendida su iniciativa y cambie el foco olvidando lo que sucedió. Si bien los niños tienen una capacidad de concentración y foco mayor a la que a veces los adultos llegamos a apreciar, el distraerlo y cortar su concentración es una forma segura de acortar su capacidad de atención. En vez de ello, al marcar el error y hacernos cargo de las consecuencias (y de la posible reacción de enfado de nuestro pequeño) estamos ayudándolo a enfocar aún con más precisión en la situación en la que estaba involucrado, derivando un importante aprendizaje de ella.

  • Respeto es verdadero aprecio, distraer es subestimar la inteligencia del niño así como su capacidad de aprender y comprender.

  • Visión de futuro. Si cuando son pequeños los distraemos o asustamos invocando personajes ficticios o atribuyendo a personas reales rasgos inadecuados (como “esa extranjera que viene ahí te va a comer si no te quedás quieta”) estamos sembrando una disciplina basada en el miedo y no en el autodominio. Cuando los niños crezcan lo suficiente como para comprender que el hombre de la bolsa es un mito y que el canibalismo no se practica en nuestra sociedad, cuando tengan 13 años y necesitemos ponerles un límite en relación a cómo nos hablan, a sus responsabilidades con el estudio, a su autocontrol en el consumo de productos inadecuados para su edad como el alcohol… para ese entonces de muy poco nos servirá decirles con una sonrisa forzada: “mirá queridito, dibujá en este papel a un adolescente bebiendo”.

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