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Integrar y trascender a la velocidad de la luz: el desarrollo motor en la primera infancia.


Es momento de celebrar. Ha nacido un bebé humano.

Si se le permite moverse en libertad en la posición de espaldas, sobre una superficie plana y lo suficientemente firme, el bebé comenzará a moverse con gran curiosidad, integrando a velocidades inimaginables una gran cantidad de información que le permitirá expandir en una secuencia armoniosa y natrual la totalidad de sus capacidades.

Estos movimientos no parecen tener mucho sentido y ese es precisamente su razón de ser (por más que alguna tía insista en que lo ve "nervioso", el bebé recién nacido tiene muy claras sus intenciones): realiza movimientos aleatorios imprescindibles que aportan al cerebro una información vital. De entre la infinita cantidad de posibilidades con que cuenta el cuerpo, el cerebro utiliza los movimientos aleatorios para aprender a inhibir los movimientos poco efectivos para un propósito dado -digamos, por ejemplo, agarrar una mantita- y a especializarse en los que resultan exitosos para alcanzar el objetivo deseado.

Veamos más en detalle este desarrollo apasionante:

Todos los bebés siguen exactamente los mismos pasos de desarrollo motor hasta que llegan al reptado. El orden de aparición de las posturas y los desplazamientos es el mismo. Luego del momento de reptar, surgen variaciones individuales. Puede ser que el reptado dure muy poco o en casos excepcionales, que un niño no lo ejercite nunca. las figuras 2 a 24 muestran un progresivo pasaje de la posición horizonal a la verticalización del cuerpo, reduciendo progresivamente los puntos de apoyo y aumentando también de forma paulatina la elevación del centro de gravedad, verticalizando la cabeza.

En esta secuencia se da una inmensa riqueza de matices, plasticidad, soltura, coordinación, armonía y dominio de las posturas y los desplazamientos.

Ver, apreciar, respetar

Habitualmente se esperan ciertos hitos de desarrollo, como la posición de sentado, el gateo y la marcha sobre los dos pies. Sin embargo, Pikler insistía en la enorme importancia de observar los puntos intermedios en el desarrollo motor con gran atención y aprecio dado que son elementos esenciales en la secuencia para la integración y trascendencia de todo lo aprendido hasta el momento.

Tomemos por ejemplo la figura 11. Aquí el bebé ya ha logrado desplazarse, reptar, gatear, subir un escalón. Tiene la posibilidad de rolar, de girar sobre su espalda y pasar a la posición panza abajo, sabe que puede apoyar los antebrazos para hacer fuerza y levantar la cabeza en esta posición lo que le permite ganar una visión por completo novedosa de su entorno y de la relación que existe entre su cuerpo y el espacio en el que se encuentra. Luego de semejantes logros, la posición de la figura 11 pareciera ser relativamente insignificante. Sin embargo, toda la información con la que cuenta el cerebro del niño le permitirá aprovechar el empuje de la pierna flexionada para impulsar el torso levemente girado hacia un lateral y en ángulo 45° hacia arriba. El conocimiento previo con que cuenta le permite cargar el peso del torso sobre los antebrazos y también sobre las palmas de las manos lo que le permitirá acompañar y sostener la elevación del torso pasando por la figura 12 hasta llegar a la posición de trípode completo en la figura 13.

Este pasaje de una postura a la otra puede llevar muy poco tiempo, o puede ser que el bebé se dedique con gran perseverancia durante bastante tiempo, yendo y volviendo a las posiciones ya conocidas, andando y desandando el camino con ínfimas e innumerables variaciones, explorando incansablemente las posibilidades de su cuerpo en movimiento.

Si en esta secuencia, la motricidad del bebé es intervenida por el adulto -en nuestro ejemplo, y el mejor de los casos, con el deseo de "ayudarlo" a sentarse- el bebé pierde un tesoro de información y experiencia que difícilmente pueda ser recuperado. Es común que se "asista" a los bebés y se los coloque en posturas que no pueden sostener por sí mismos, un ejemplo clásico es la posición de sentado.

Cuando el bebé no está listo para sostener la postura por sí mismo y es sentado por el adulto entre almohadones porque "cumplió 6 meses" debe soportar una incómoda experiencia en donde es mucho lo que pierde y no gana nada a cambio. Pierde la seguridad porque no puede sostenerse y se tensa para y por tanto la disponibilidad para moverse y aprender. . imposibilitado de seguir moviéndose con autonomía y finalmente debe resignarse a tirarse de cabeza si desea salir de la trampa en la que quedó varado. El cerebro del bebé deberá luego hacer luego grandes esfuerzos por obtener una información que hubiera llegado de primera mano si se le hubiera permitido llegar por sí mismo, a su tiempo, siguiendo su propia agenda.

Este es un ejemplo ínfimo, pero cotidiano y repetitivo, en infinidad de casos y de posturas. Luego esta misma intervención se trasvasa desde el campo corporal hacia el campo emocional y el coginitivo y social.

La culutra occidental ha sobreimpuesto sobre nuestra mirada los lentes de la "productividad" desde el inicio mismo de la vida, dividiendo, compartimentando y aislando las experiencias de aprendizaje. De este modo, hemos sido educados para la ceguera de lo real, queriendo ver resultados en vez de apreciar procesos. Si deseamos ser parte de la profunda transformación a la que la evolución nos está convocando, el primer paso consistirá en curar esta ceguera, volver a ver o quizás ver por primera vez el quehacer motriz infantil tal y como es y ayudar a otros a que también puedan lograr recuperar la visión correcta. De aquí en adelante, la transmutación global de la sociedad se dará por añadidura. Y no creo estar exagerando.

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